Cuestionarse lo que asumimos

Cuestionarse lo que asumimos

Este es un tiempo fantástico para emprender. La gente está constantemente en búsqueda de algo nuevo y revolucionario. El siguiente Uber, el siguiente Facebook, el siguiente uso para blockchain, y un largo etc. Para encontrarlo, muchos están dispuestos a probar lo que nunca han probado: descargar aplicaciones, visitar ferias, comprometerse a programas de varias semanas, confiar sus tarjetas de crédito a aplicaciones manejadas por extraños, e incluso a intentar cambiar hábitos arraigados en su comportamiento del día a día. Los usuarios y consumidores están más abiertos al cambio que nunca, ¿se puede decir lo mismo de los emprendimientos y negocios?

No es raro encontrar empresas, cualquiera sea su industria y su tamaño, que luego de un tiempo, cuando pareciera que encontraron la fórmula para ser productivos, rentables y eficientes, empiezan a actuar en automático, siguiendo recetas que funcionaron una o varias veces, llegando al punto en el que ya nadie se pregunta ¿por qué hacemos las cosas de esa manera? Y todos asumen y dan por sentadas ciertas “verdades del negocio”.

Hace unas semanas me contaron una curiosa anécdota que es perfecta analogía para lo antes descrito. Cuentan que, desde antaño, en la familia de nuestra historia, generación tras generación, se transmitía la receta del pavo de navidad. Receta famosa en todo el pueblo, pues se dice que era el pavo más jugoso, más dorado y más lleno de sabor que uno pudiese imaginar. Parte del secreto de la familia era que, al pavo, luego de adobarlo y dejarlo marinar en sus preparados y sus jugos, había que cocinarlo sin sus patas. Generación tras generación se preparó así el pavo, con sus patas cortadas, cocinadas por separado, y, generación tras generación, el sabor y la tradición se mantenían, y el pavo de navidad familiar era el evento culinario del año. Tras la quinta generación, la curiosa mente de una niña preguntó a su madre el por qué de cortarle las patas al pavo, sin una respuesta, pues ella nunca se planteó esta duda, la madre respondió que era porque la carne oscura de las patas afectaba el sabor de la carne blanca. Poco convencida la niña, decidida a encontrar una razón un poco más sensata, fue a buscar a su abuela para averiguar si ella tenía la respuesta. Igual que su madre, la abuela de esta niña nunca se planteó esta interrogante, sin embargo y sin mayor vacilación, contestó que era porque el tiempo de cocción de las patas era diferente que el del resto del pavo, por lo que para lograr el punto perfecto y no arruinar el sabor, era necesario cocinarlos por separado. Aún sin estar convencida, la niña fue en búsqueda de su bisabuela, la receta había sido escrita por la madre de su madre, la tátara-tátara-abuela de la niña, así que si alguien debía tener una mejor respuesta era ella.

¿Cuántas veces en nuestras empresas, e incluso en nuestra vida fuera de lo laboral, seguimos recetas que, aunque bien funcionan, no necesariamente nos hacen sentido? ¿Cuántas veces nos paramos a pensar y a preguntarnos el por qué hacemos lo que hacemos y si habrá una forma mejor de hacer las cosas? ¿Cuántas veces encontramos respuestas basadas en nuestra lógica o inventamos lo que apenas hace sentido para salir del paso? ¿Cuántas veces nos conformamos con la primera o segunda respuesta que recibimos, y dejamos la curiosidad, aunque esta no se encuentre enteramente satisfecha?

Para la bisabuela, la navidad era la época favorita del año y tenía presente en sus recuerdos las imágenes de estas reuniones familiares. La razón de la particular receta era sencilla, sus abuelos simplemente tenían únicamente un pequeño horno, para el cual, un pavo grande como el que tenían que preparar para alimentar a sus 5 hijos y sus 12 nietos, no alcanzaba, así que, para poder cocinar semejante ave en el horno, necesitaban cortarle las patas.

En tiempos como los nuestros, es imperativo que empecemos a replantearnos todo aquello que asumimos, que preguntemos una y otra vez el por qué hacemos lo que hacemos, que nos abramos al cambio y a nuevos paradigmas, que dejemos de cortarle las patas al pavo solo porque eso dice la receta, o porque así lo hemos hecho siempre. Parafraseando a Thomas Edison, siempre hay una forma mejor de hacer las cosas… sal y encuéntrala.

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